La oscuridad comenzaba a matar toda luz existente en aquel día de verano. Precisamente eran las 18.04, pero aquel día la hora no fue lo importante, aquel día todo fue distinto, distante quizás.
Ambos estaban sentados sobre el tejado fabricado con duras tejas que habían recogido todo el calor de de las horas de Sol anteriores y ahora se enfriaba.
Ella llevaba una fina chaqueta que cubría una camiseta básica blanca de manga corta pues comenzaba a tener frío. Llevaba unos vaqueros con roturas que dejaban asomar las rodillas. Los pies eran cubiertos por unas bambas negras. Su pelo se movía suavemente gracias a la brisa de aire fresco que comenzaba a hacer y debido al frío, recogía su cuerpo y rodeaba sus piernas con sus brazos, apoyaba la barbilla en las rodillas. Mirada fija hacia el horizonte.
Él llevaba una simple camiseta con un estampado gracioso, regalado por ella durante uno de los días de primavera en la que fueron a ver tiendas, pero aquello no cuenta, es parte del pasado. Vestía también un chandal de material algo grueso y unas zapatillas de deporte oscuras con la base blancas.
No dejaba de mirarla. Sabía que aquello se había roto. Por unos segundos observó aquello que iba a desaparecer e iba a coger un camino distinto al que siempre habían soñado. Miró hacía el horizonte.
Ninguno de los dos tuvieron el valor de dirigir alguna palabra, no existía tensión, no existía tampoco comunicación, pero necesitaban disfrutar de aquel tiempo juntos.
El viento mecía las ramas de los árboles que llenaban los campos de alrededor de la casa. Casi todos eran limoneros.
El cielo formaba unos tonos bellísimos, por una parte se podía ver azules vivos y entre esos colores volaban pequeñas bandadas de pájaros. Por otro lado podían ver un tono más oscuro que inducía a la reflexión, a la melancolía, pero, es extraño, todos odian la oscuridad pero es en ella como mejor se sienten.
El sol terminaba por desaparecer y dejar paso a la noche y con aquello, aquellas dos personas desaparecieron, aquel tejado nunca más volvió a ser ocupado por nadie más. Aquel cielo nunca más fue contemplado de la misma manera que aquel anochecer.
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